miércoles, 7 de julio de 2010

Uno

por Juan Camilo
@elcachaco


Ya no podía soportar más ese pesimismo ridículo, ese afán de que en efecto todo saliera mal; de que, con esa lastimera camisa de cuadros desteñidos, con esa desleída mochila que bien podría nunca haber sido nueva, pudieras como siempre llevarte las manos a los bolsillos, bajar la cabeza y como cada vez esperar a que alguien dijera, como queriéndote alentar, algunos adjetivos grandilocuentes, que interpelarías aún estando convencida de que cualquiera era poco para ti.

Tratabas de disimular cada sonrisa frunciendo el seño, o con esas lágrimas secas y reprimidas que sabias fingir con tanto acierto. Sólo yo te veía llorar cada tanto, tus dedos impregnaban ese saxofón con gotitas improvisadas. Yo, a lo lejos, te esperaba en la barra, mientras en lo alto del escenario dejabas salir toda esa desazón forzada por la boca de tu saxo viejo.

¿Te acuerdas cómo lo conseguiste?, claro que te acuerdas, de ahí nace tu fetichismo; yo también lo recuerdo; tenías uno de un dorado mucho más intenso que te habían regalado al graduarte del colegio, te acuerdas de ese, sonaba justo como tu complejo de culpa. Tocabas con él esas partituras que tenías que ensayar para la universidad, cuando aún creías en la academia, cuando aún tocabas como queriendo alcanzar con las notas ese futuro que nos habían vendido, y que todos creíamos tener.

Ese, tu saxo, ya no lo usas; no, sabe demasiado de ti. Quizás por eso lo dejaste olvidado en el cuarto de San alejo en la casa de tus padres y quizás por lo mismo tomaste alguna vez esa maletita azul, demasiado chica para cargar todo lo que en ese entonces creíamos necesitar, demasiado grande para llenar de ilusiones.

Llegaste a mi apartamento, y comiéndote tu orgullo, golpeaste la puerta, la misma que un día habías cerrado tras de ti con la decisión de mantenerme fuera de tu vida, recuerdo que abrí, y te lanzaste sobre mí; ese abrazo tenía, a pesar de todo, la misma fuerza y la misma necesidad de todos nuestros abrazos.

Eran otros tiempos, te acuerdas como nos poníamos en los zapatos del otro, si, claro que reacuerdas, mis tenis azules, carcomidos al lado por el desempleo siempre fueron más cómodos que esas duras botitas cafés; cómo ansiabas verme en esa época; no Juana, mujer de cal viva, esos ya no somos.

Cómo nos cuesta admitir que soltamos el cordel de la cometa, que ya no se suspende a lo lejos tenida por tus manos de niña, no tal vez fueron mis dedos lerdos, y cómo nos duele mi Juana, pero ya no hay nada, todo -cometa, cordel y agosto- se fue, ya volvió la lluvia, volvieron las tardes grises, los gestos como tallados en el hormigón, y la tristeza que me empaña los ojos, pero ya no puedo llorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario